Una puerta azul
nunca hay que
abrirla
las pesadillas son
muy largas...
De repente mi
mundo cambiaría en un segundo: Hemos confirmado que tu hijo es autista o como
clínicamente le llaman, tiene el trastorno del espectro autista.
Así tan dura
puede ser una simple palabra, así de seca. La bienvenida a este nuevo lugar
donde habita la mente de mi hijo Sebastian ocurría un sábado en un frió despacho en las cercanías de la Sabana y mientras las lágrimas brotaban por las
mejillas de mi esposa, yo solo pensaba en cómo iba a curar a mi hijo. Como si
fuese un Dios. Como si fuese posible.
Luego vendrían
esos 100 primeros días en donde la negación es frecuente: mi hijo se ve bien,
tal vez la doctora se equivocó, o quizá el día de los exámenes simplemente Sebas
no quería colaborar con ninguna de las pruebas. La negación siempre es un alma
poderosa para brindar esperanza al que la carece.
Luego comprendí
que mi hijo no tenía ninguna enfermedad. Lo que él tiene es una condición especial,
incurable como tal, por la que íbamos a emprender una lucha, en primera
instancia el mismo y luego nosotros como su familia y apoyo. El deber entonces
como padres seria brindarle todas las herramientas que estuvieran a nuestro
alcance para facilitarle la vida, para tratar de hacerla lo más ¨normal¨ posible. Como si de por si pudiésemos catalogar la vida como algo normal.
Luego aprendí a
contestar las mismas preguntas: ¿Es difícil?, Si y mucho. Más para los padres
que para él. Porque él es feliz, entonces ¿qué más podría pedirle yo como
padre? ¿Hubiesen preferido tener otro hijo? Él hubiese no existe más que en la
gramática, y es mi hijo, mío, no más respuestas. ¿Cómo son sus días? Azules
como el mar, a veces tranquilos y serenos, y otras veces tormentosos. Pero con
la fe de que siempre volverá la calma.
Pero no todo el
camino es largo y tortuoso. Cada avance, cada día que aprende algo nuevo, cada
palabra, cada gesto y sobre todo cada sonrisa de mi hijo es la alegría que
compensan y transforman los días de nosotros sus padres. Y nos hace muy felices
y orgullosos. A veces olvidamos que en
las pequeñas cosas o los pequeños detalles están las mayores alegrías de la
vida. Así transcurren nuestros días. Esa es mi lucha.
¿Que vendrá? No
lo sé, así como aquella mañana de sábado me desperté como todos los últimos
años de mi vida sin saber que me depararía la vida, hoy me despierto con la
misma ilusión y ganas de buscar un mundo mejor para Sebas y para el resto de
niños de este mundo sin importar su condición. Sonara quimérico, pero los
grandes sueños solo habitan en las grandes y perfectas mentes de todas aquellos
que los sueñan.
Como en la de Sebastián.
Diego Demora
Diego Demora
Fue como si me lo estuvieras contando en cualquier parte del mundo, tan magicas son las palabras como liberadoras. Avanti siempre avanti.
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